viernes, 27 de mayo de 2011

La Psicología. Sus problemas fundamentales. Por Alberto R. Vilanova

Consideradas desde una perspectiva sociohistórica, las ciencias y profesiones son fenómenos de vida breve. Hijas de demandas sociales y económicas cambiantes, viven un constante estado de transformación, fluencia e interpretación. La psicología no es ajena a este proceso, y sus temas y problemas centrales, sus ambigüedades y perplejidades lo reflejan. En este apartado se abordarán los conflictos internos de la psicología desde cuatro  dimensiones: la histórica, la teórica, la metodológica y la profesional.

Problemas históricos

La mayor parte de los psicólogos entiende que su disciplina advino al mundo en 1879, cuando, en conflictiva ruptura con la filosofía, es creado por Wilhelm Wundt (1832-1920) el primer laboratorio experimental en Leizpig, Alemania. Sin embargo, este mito creacionista se ha visto empañado, más de una vez, por argumentaciones y evidencias de signo contrario. En primer lugar, se ha señalado que si el laboratorio experimental habría de considerarse la divisoria de aguas entre una psicología especulativa –filosófica- y otra empírica –científica-, el hito fundacional debiera atribuirse a Gustav Fechner (1801-1887), quien, con su “psicofísica” experimental (1860), nacida en laboratorios similares a los de Wundt, habría constituido el verdadero eslabón de enlace entre las indagaciones fisiológicas que se encontraban con problemas psicológicos y aquellas otras que, algo más tarde, preocupadas por resolver problemas psicológicos apelaron a la fisiología. Pero otras dos objeciones, también importantes, ensombrecen la imagen de Wundt fundador. Los italianos, atentos a sus propios próceres, se encuentran en condiciones de probar que el primer tratado de psicología experimental (1873) y también el primer laboratorio (1876) fueron obra del antropólogo Giuseppe Sergi (1841-1936), con lo que Roma reemplazaría a Leizpig como ámbito del acto de creación. Por último, estudios documentales sobre los epistolarios y los escritos públicos de Wilhelm Wundt han demostrado el error de atribuir intenciones autonomistas a su actividad, poniendo en evidencia que fue, en realidad, un vigoroso opositor a la idea de separar la psicología de la filosofía, ya que, según él, un psicólogo puro no sería sino un mero tecnólogo, victima inveterada de filosofías implícitas e ingenuas. Sobre esta base, algunos historiadores sugieren que el verdadero nacimiento de la psicología como disciplina independiente es solidario al de su emergencia como carrera universitaria y como profesión, hecho ocurrido en la última década del siglo anterior en Estados Unidos. Si éste fuera el criterio, sería insoslayable el reconocimiento al pionerismo a Stanley Hall (1844-1924), primer doctorado en psicología y organizador de la primera asociación de psicólogos en 1892.
Pero no todos presuponen que el experimento constituye la piedra de toque para discernir la aparición de una psicología científica. Si se prestara atención, antes que nada, a la intención de autonomía, parece seguro que la psicología nace con Johan Friedrich Herbart (1776-1841), el primer pensador que, a través de un manifiesto programático (Psychologie als Wissenschaft, 1824), anunció que ésta es una ciencia autónoma, tanto de la filosofía cuanto de la fisiología, inaugurando, de paso –antes que Wundt y Freud, respectivamente- las ideas de la cuantificación de los procesos psíquicos y de la existencia de un inconsciente reprimido. Si el centro de interés para establecer un nacimiento mítico  lo constituyera no el experimento molecular sino la observación extrospectiva –método que nadie ha impugnado como anticientífico- brota una cohorte de investigadores en condiciones de aspirar al honroso cargo que se discute. Y, en efecto, ha llegado a afirmarse que la psicología como ciencia natural nace en las inferencias observacionales que Charles Darwin (1809-1882) dedica, en un significativo escrito (The expresión of the emotions in man and animal, 1872), a las convergencias entre el psiquismo humano y el de los grandes primates, inaugurando el estudio comparado del comportamiento ecológico y espontáneo, único abordaje confiable, no artificial, al que debería acudir el psicólogo. También, y por último, la observación como sustituto del experimento fue propuesta por la psicología patológica, la que puede considerarse nacida en Théodule Ribot (1839-1916). Ribot, sin por ello dejar de admirar la tradición experimental alemana, postuló que el único recurso valido para comprender como se estructura el psiquismo no es la observación longitudinal de su desestructuración, lo que sólo ocurre en la enfermedad mental (Les maladies de la mémoire, 1881; Les maladies de la personnalité, 1885). Así, esta “Escuela de Paris”, antagonista de la de Leizpig, inició una tradición medicalista en psicología –importa señalar que Jean Martin Charcot (1825-1893) presidió el primer congreso mundial de psicología, en 1889-, continuada por Pierre Janet (1859-1947), el primero en definir a la psicología como ciencia del comportamiento. Si bien esta vertiente clínica perdió el combate por la preeminencia ante las huestes alemanas y angloamericanas –promotoras del experimento como recurso de privilegio- constituye, para el historiador de las ideas, un testimonio de otro posible “nacimiento”.
Parece evidente, a la luz de lo expuesto, que la psicología asoma al escenario de las ciencias como una empresa plural, de contornos imprecisos, fuertemente condicionada por factores epocales, culturales e incluso políticos. Alimentada por un amplio espectro de saberes y de praxiologías preexistentes (epistemología, axiología, biología, medicina, antropometría) esta disciplina constituyó una floración tardía de la civilización industrial, y tempranamente se le exigieron respuestas eficaces a urgencias sociales de diverso tenor. Comparte, con el resto de las empresas científicas, la dependencia de variables extraacadémicas, la no rigurosa demarcación de su territorio, la multiplicidad de versiones sobre el origen, la inexorabilidad de su desaparición en aras de disciplinas más especializadas y más estrictas.
Si la psicología, en síntesis, ha de dividirse en dos estadios, uno “precientífico” y otro “científico”, debe ser hallado ese mojón indicador de la separación, lo que conduce a múltiples cultos al “acontecimiento inicial’, recurso que no es el de la historia científica. Contrariamente, si se centra el interés no en los acontecimientos sino en los procesos de larga duración, podrá apreciarse más realísticamente el complejo entramado socioeconómico y cultural que subyace a las artes, ciencias y profesiones humanas, y que muestra a éstas como un universo de actividades con nombres propios cambiantes y con permanentes ciclos de nacimientos, muertes relativas, transformaciones y también relativos resurgimientos.

Problemas teóricos

Frecuentemente se señala la escolasticidad –división en escuelas- de la psicología con la intención de resaltar su “inmadurez”, su advenimiento reciente al sistema de las ciencias. Esta observación es más frecuente entre los psicólogos mismos que entre los cultores de las ciencias puramente naturales y experimentales. Se indica que la división en múltiples escuelas de pensamiento, esto es, en explicaciones dispares para una misma incógnita, no hace más que poner de manifiesto un tipo de desacuerdo imposible para las ciencias. Cualquier pregunta que se haga a un psicólogo obtendrá entonces, una respuesta escolástica, y, por eso mismo, escasamente confiable. Algunos, desesperados por esta situación, promueven o anuncian la extinción de las escuelas, lo que se evidenciaría en la aceptación universal de algún objeto de estudio –los procesos mentales, la conducta, la actividad, etc. Estos dos planteos, el de la inmadurez de la disciplina y el del objeto de estudio consensuado, merecen un tratamiento algo detenido en sus muchos matices.
Conviene, en primer término, recordar que nunca se partió, en ciencia, de un saber ya unificado, y que la historia del conocimiento no es sino una constante crónica de reyertas entre sistemas de pensamiento dispares. Aun hoy, el biopatólogo y el fisiólogo experimental se debaten en un piélago de teorizaciones sobre la naturaleza de la arteriosclerosis, la diabetes, los canceres o cualquier tipo de proceso degenerativo. El físico, el matemático, el astrónomo y el exobiólogo deben optar, antes de establecer hipótesis operativas, por algunos de los divergentes “modelos de universo” que hoy encuentran disponibles, aunque más no sea como telón de fondo coherentizador o inspirador. El geólogo necesita elegir entre las muchas teorías que intentan explicar los misteriosos procesos internos del planeta, si aspira a legitimar sus asertos sobre la delgada napa hasta ahora conocida, y el biólogo evolucionista se detiene perplejo ante las variadas y antagónicas versiones sobre la correlación emergencia –la vida, el universo, el hombre, los astros, la salud, etc- promueve, desde el comienzo, la existencia de sistemas y teorías en conflicto. Por otra parte los “próximos pasos” de cada disciplina, esto es, sus tópicos aun no elucidados, existen sólo en un plano teórico. En este sentido, es valida la sentencia de Goethe :cualquier hecho fue antes una teoría. Todo saber no tautológico, que no constituya un discurso sobre lo conocido, es un saber escolástico, y el científico lo es más que ningún otro, precisamente porque se anuncia a sí mismo como cuestionamiento, como intento de refutar las afirmaciones de ayer. El científico es un enemigo del sentido común y un promotor de aquello que Robert Oppenheimer denominara “sentido insólito”, pues su quehacer no es sino la búsqueda tenaz de lo inédito, que al comienzo siempre es disparmente teorizado.
La psicología, entonces, posee sistemas, teorías, modelos y “escuelas” como cualquier otro emprendimiento científico. Su debate epistemológico interno no puede ser cancelado a favor de alguna verdad sobre “lo real”, pues las ciencias son mucho más exploraciones de teorías que de realidades del sentido común. La existencia de escuelas no es  un indicador de inmadurez sino del estado de ebullición propio de toda ciencia viva.
El segundo planteo merecedor de problematización es el de un objeto estable, único, aceptado por todos. Las ciencias, en su rumbo veloz y arborescente hacia la ruptura y la generación de nuevas ciencias, estudian muchos objetos a la vez, y todos ellos se imponen como aceptables. El genetista, el etólogo, el ecólogo humano y el palinólogo encaran, por ahora sin dejar de ser biólogos, tópicos muy dispares, y no los unirá más el recordar que estudian “la vida”. En psicología, el experto en aprendizaje se ocupa de problemas que no son sino remotamente los del motivólogo, el teórico del desarrollo o el psicólogo social, político o comunitario. La psicología estudia el comportamiento, en sus planos molar y molecular, y también la cognición, la personalidad, la motivación y la interacción microsocial movida por valores e ideologías. Estos capítulos serán, andando el tiempo, ciencias independientes, y ya se advierte en algunas naciones (en Estados Unidos, por ejemplo, cuna de la psicología universitaria) la creación de carreras distintas para dar cuenta de campos que ayer fueron exclusivos del psicólogo –cognición, comportamiento interpersonal, procesos psicobiológicos. Es que el mayor problema de la psicología contemporánea no es el de recortar su especificidad frente a otras disciplinas o el de proclamar su madurez sino el de interrogarse sobre si su inaudita expansión no conspira contra la idea original de disciplina única, y sobre cuánto tiempo podrá sostener el “control jurídico”, bajo el vocablo psicología, de la profusa y heterogénea masa de investigaciones en curso.
Lo anteriormente señalado obliga a encarar otro aspecto problemático de la teorización psicológica: el de constituir el puente conceptual que une los informes provenientes de las ciencias naturales con aquellos oriundos de las ciencias sociales. Reconociendo al psiquismo como el producto de la intersección entre el organismo –con su bagaje filogenético- y la sociedad –con su densa herencia histórica-, es probable que la elucidación de sus reglas de funcionamiento y de sus factores de causación constituya la empresa más ambiciosa de la comunidad científica, con sesgos, incluso, utopistas. La investigación psicológica, en efecto, transita desde los tópicos más “microscópicos”, como pueden serlo el comportamientos segmental de alguna especie animal o de algún sector aislado del sensorio humano, hacia los más “macroscópicos”, como los fenómenos de muchedumbre, publico, auditorio o representación colectiva. ¿Qué concepción teórica puede, sin ser sospechada de metafísica, articular estos procesos donde se interpretan datos de la química biológica, la fisiología, la socioantropología e incluso la economía? ¿Puede, una ciencia que es en realidad interdisciplinaria, soportar estas tensiones y dar respuestas en su propio idioma, distinto al del biólogo, el sociólogo o el historiador? Impulsados, por cierto que legítimamente, por afanes tanto de tipo científico como gremial, algunos psicólogos han propuesto a su propia especialidad como formula para evitar la dispersión. Así, se ha podido afirmar que el lenguaje de la etnopsicología (Hau, F.L.K., 1970; Hofstede, G., 1983), o bien el de la biopsicología (Rosenzweig, M., 1982) acabará constituyéndose en el código común para axiomatizar, en el futuro, toda la teorización psicológica. Esta propuesta de unidad desde la propia óptica no parece distinta de aquello otra que, proclamando la abolición de los sistemas psicológicos, sugiere como objeto de estudio único al que fuera distintivo de uno de los sistemas, el cual habría sobrevivido, extrañamente, a la extinción.
Sin que por su complejísima urdimbre puedan ser analizados  en este apartado, pueden mencionarse otros factores que inciden en los planos teóricos de la psicología. Uno de ellos es el carácter nacional de las tradiciones científicas, que han producido modelos de la mente solidarios con las culturas locales. Estos modelos regionales, a su vez, han impulsado investigaciones empíricas con hallazgos no discutidos. Gordon Allport ha señalado la existencia de una psicología “centroeuropea”, nacida al claror de la filosofía racionalista y de las vicisitudes políticas de Alemania, Italia y Francia, y de otra “angloamericana”, infrutescencia del empirismo filosófico y de las revoluciones liberales (1956). En la primera, se postula una mente autoactiva, con fuerzas de carácter innato y por lo tanto fijo; en la segunda el psiquismo es variable dependiente del ambiente y, por ello, plástico e influíble. Serian centroeuropeos los modelos gestálticos, comprensivos, fenomenológicos y estratigráficos, en tanto el funcionalismo, el conductismo, la reflexología y el psicoanálisis culturalista portarían la impronta empirista angloamericana. La escuela soviética, por su parte, ha postulado una psicología relativista y sociológica inspirada en el materialismo histórico, la que ha conducido a los ahora clásicos desarrollos de Lev Vigotsky, Alexander Luria, Konstantin Platonov, Bluma Zeigarnik, Alexei Leontiev o Piotr Galperin.
También aspectos de orden académico, tales como la formación profesional de origen, han laborado a favor de teorías antagónicas pero promotoras, sin embargo, de evidencias empíricas inomitibles. Así, las teorías del isomorfismo de Wolfgang Köhler y del campo dinámico de Kurt Lewin llevan la impronta de esos “físicos-psicólogos” en tanto cualquier variedad del psicoanálisis, así como los temas en los que éste predica de sí la solvencia, delatan su linaje médico. El énfasis en los valores, el sentido y la teleología, presente en la investigación contemporánea, nace entre historiadores, eticistas y axiólogos como Wilhelm Dilthey, Heinrich Rickert o Wilhelm Windelband.
Tópicos como el aprendizaje, la inteligencia o la creatividad crece a partir de pedagogos y epistemólogos (desde John Dewey o Edouard Claparede hasta Jean Piaget o A. S. Makárenko), y el recurso a los laboratorios y a los procesos básicos ha distinguido a los psicólogos diplomados como tales, a quienes, durante la primera mitad del siglo, se los concibió ante todo como investigadores “puros”.
Además de las coloraciones nacionales y academicas, la teoría psicológica ha sido y es influida por factores ideológicos, en el sentido amplio de este término. Joseph Remi Nuttin, por ejemplo, (considerado uno de los expertos más conspicuos en motivación) parte de premisas religiosas en sus primeros escritos –por caso: Psychanaly et conception spiritualiste de l’homme, 1995-, y estas creencias inspiran una secuencia de investigaciones provistas de sólido piso empírico. El marxismo puede ser hallado detrás de las profusas contribuciones observacionales de Henri Wallon; el vitalismo inspira las concepciones psicobiológicas de Kurt Goldstein; el existencialismo y aun el budismo dejan sus huellas en los escritos científicos de Abraham Maslow, Carl Rogers, Lawrence LeShan o Irvin Yalom. Si se observara más de cerca este fenómeno, no sería imposible rastrear los componentes espiritistas, liberales, ecologistas o gnósticos que constituyeron la fuerza motivacional que facilitó o incluso determinó la emergencia de sistemas teóricos aceptados como plausibles y “neutrales” por la comunidad científica.
Finalmente, debe ser destacada la creciente injerencia de las disciplinas “vecinas” en el interior mismo de la teorización psicológica. La ecología ha impulsado modelos holísticos, en los que el contexto es percibido como la variable independiente por excelencia en la determinación de la conducta, la que ha sido redefinida, a veces, como la unidad mínima en el estudio de la biosfera. Asimismo, se exige hoy “validez ecológica” a la teoría, esto es, que los sucesos estudiados deben poder ser detectados en el ambiente, puesto que de allí proceden. No menor es la incidencia de la informática y de la teoría general de los sistemas, que han generado verdaderas escuelas (cognitivismo, modelos constructivistas, sistémicos, etc) que, a su vez, van escindiéndose –ante nuestros ojos- en otras tantas, por ahora de contornos imprecisos. Los estudios sobre genética bioquímica de la neurotrasmisión, dominancia cerebral y neuroendocrinología  están alterando, en el presente, gran parte de lo que hasta ayer mismo se estimaba como válido en los campos  de la memoria, inteligencia, patología mental, aprendizaje o acción motora. En el otro polo del espectro, la sociología y la antropología social se ocupan de derribar viejas creencias –y de edificar otras- en áreas propiamente psicológicas, como pueden serlo la vida comunitaria y de los pequeños grupos, la motivación para el trabajo, el empleo del ocio o la armonía conyugal.
Los sistemas y escuelas psicológicos, entonces, constituyen una matriz inicial en la elaboración de diseños investigativos, y mudan incesantemente sus formas bajo el imperio de influencias diversas. Si bien deben ser reconocidos sus inconvenientes (promoción del dogmatismo, insensibilidad hacia la impugnación), también han de serlo sus meritos: organización de la percepción, fuente motivacional para el investigador, fuerza impulsora hacia lo inédito. Si bien el estado presente de la psicología no admite el gesto renacentista de anunciar una teoría general de la mente o del hombre, parece inevitable la convivencia con tendencias dispares del pensamiento, hijas de esa misma propensión a la totalidad. Estas divergencias obligan a una existencia en la incomodidad intelectual, pero no otra es la morada psicológica del científico.

Problemas metodológicos

De la inveterada discusión en psicología, se extraerán para su examen tres aspectos descollantes: la rigidez metodológica o “metodolatría”, la posibilidad de un sincretismo en lo teórico y la gran bifurcación hacia lo natural y lo histórico.
Un rasgo distintivo de la teorización psicológica lo constituye, como fue señalado, la proclamación de un objeto único, consensuado, universal. Este enclaustramiento en lo objetual ha producido la tendencia al método único y, por esta via, al modelo explicativo único. Las escuelas psicológicas, si se las estudia desde esta perspectiva, serán menos flexibles cuanto menos acepten la posibilidad de la multiplicidad de objetos y de métodos. Si el objeto es solamente uno, el método habrá de serle solidario, alimentando la teoría por él mismo creada y generando una circularidad “intraparadigmática” de la que no es posible salir.
Si esta tendencia, en cambio pudiera revertirse aceptando la pluriobjetualidad (y por tanto la fluidez metodológica), las teorías comenzarían a admitir, aunque se desbarate parcialmente su orden interno, hallazgos de otras teorías que, evidentes a los ojos del lego, no pueden ser reconocidas por el propio psicólogo. Un camino hacia este logro podría constituirlo –y así se lo ha propuesto contemporáneamente- el “cruzamiento” entre métodos y teorías, esto es, la investigación experimental de los descubrimientos observacionales y viceversa, y la combinación de pasos correlacionales, diacrónicos y experimentales en un solo proceso investigativo. Esta holgura metodológica permitiría elucidar incógnitas para las que el método que produjo la teoría es impotente, detectando nuevos factores de causación en lugares distintos a los tradicionales. Así, las entidades “sólidas”, los núcleos de racionalidad que habitan en todas las teorías psicológicas, en suma, los descubrimientos verdaderos, podrían ser reordenados en nuevas teorizaciones, más resistentes a la confrontación y, al mismo tiempo, más abiertas a la refutación. De hecho, este proceder se está abriendo paso junto a la idea de que no es el objeto único o la teoría a él enfeudada la entidad a estudiar sino el problema abierto, es decir aquello que aun ninguna teoría explica por completo y que une, por esa razón, a todos los investigadores.
La posibilidad del sincretismo teórico, de una concepción general –aunque siempre provisoria- del psiquismo que aúne sin contradicciones las evidencias aportadas por sistemas divergentes, constituye otro problema para el metodólogo, aunque más difícil de afrontar que el anterior. Descartando al eclecticismo como recurso propio de la filosofía o de las artes, queda en pie la posibilidad de un pluralismo sistemático, o un sincretismo que armonice, sobre un cimiento empírico, conceptualizaciones capaces de resistir las exigencias investigativas. El condicionamiento reflejo, la inhibición reciproca o el refuerzo son entidades que trascienden la imaginación de sus proponentes, pero también lo son la tendencia a la exploración autoiniciada, los proceso inconscientes y la capacidad conductora de la cognición consciente. No existen, en el presente, muchas propuestas de reordenamiento jerárquico de estos hallazgos, y entre las pocas algunas corresponden al eclecticismo de “buena voluntad”.
Sin embargo, si es cierto que la psicología es ciencia y, por tanto, revolución conceptual incesante, y si el impacto de las disciplinas vecinas posee la envergadura descripta en el apartado anterior, es inminente una reagrupación de conceptos en la que sólo pervivan los “consistentes”, incluso aunque este paso no sea dado por los psicólogos.
El tercer problema a presentar es inherente a la naturaleza misma de la psicología, la cual, como se ha indicado, constituye una interdisciplina en la que se interceptan lo biológico y lo social. Esto significa que sin la imaginación metodológica necesaria para articular los procesos naturales (más bien universales, “nomotéticos”) con los culturales (más bien epocales, “idiográficos”) no parece posible encontrar patrones comunes, regularidades, “leyes” que den cuenta del psiquismo como un todo. La circunstancia de que los componentes básicos del psiquismo sean indisociables (al menos para el psicólogo) complejiza extraordinariamente las tareas de la disciplina, y pueden considerarse evitaciones o “salidas fáciles” los planteos de estricto determinismo orgánico o estricto determinismo ambiental. Incomoda, por tanto, es la posición del psicólogo al tener, como meta final, la articulación puntual del hombre natural con el hombre cultural, o, dicho en términos más precisos, el establecimiento de los componentes filogenéticos y sociohistóricos y la descripción minuciosa de su ensamble. La reciente autonomía académica, en algunas naciones, de la sociopsicología y la neuropsicología no labora en esta dirección sino, más bien, en la contraria. La flexibilidad metodológica recién mencionada se impone, entonces, como único camino ante la magnitud de este problema, el más importante de la psicología. Tampoco es ésta una tarea que el psicólogo podrá afrontar por sí solo, y las líneas de despliegue de la ciencia actual parecen sugerir que el enigma será resuelto con la coalescencia de los ya numerosos expertos que proveen tanto las ciencias de la vida como las de la sociedad

Problemas profesionales

La tendencia a la diferenciación que distingue a las ciencias y profesiones se manifiesta con plenitud en la proliferación de especialidades psicológicas, las cuales, en algunas naciones, ya alcanza la cincuentena. Los asuntos ergológicos, jurídicos, etnológicos, políticos, publicitarios y hasta los de la exploración espacial están dando lugar a prácticas de promoción o asistencia muy circunscriptas, que responden a demandas culturales de todo orden. Sin embargo, no todas estas praxiologías cuentan con respaldo científico, y es cada vez mayor la brecha que se abre entre el psicólogo investigador y el “aplicado”. El primero, sumido en un piélago de problemas de carácter limitado, obligado a la lectura de un número creciente de informes y publicaciones especiales, no está en condiciones de dar respuesta científica a los complejos problemas que ocupan al profesional. Este, a su vez, presionado por la exigencia de respuestas urgentes no encuentra, en el estado actual de la investigación, un aval confiable a sus intervenciones. Todo sugiere la imposibilidad de que un mismo personaje social pueda constituirse en indagador de tópicos puntuales y resolutor de problemáticas amplias, y parece éste un camino sin retorno. Esta situación se ve agravada por las tendencias de los grupos “profesionalistas” a desplazar, en la conducción de las asociaciones y cuerpos colegiados, al investigador básico. Es éste un punto crítico para la cohesión gremial, y algunos observadores han presagiado una emigración masiva de investigadores hacia disciplinas más atractivas u hospitalarias, como la biología del comportamiento o la antropología. Si prosiguiera esta preeminencia de las ramas aplicadas en los planos conductivos, la psicología devendría una morada incomoda para el estudioso de la percepción, la neurotrasmisión o el desarrollo cognitivo, que se vería forzado a buscar un hogar más confortable en las disciplinas vecinas.
Al mismo tiempo, los reproches son mutuos. El psicólogo de los procesos básicos suele percibir en el profesional a un improvisado que va más lejos de lo que la investigación es capaz de respaldar, y que ignora si su conocimiento progresa y por qué lo hace. El práctico, a su vez, imputa al investigador un excesivo centramiento en las funciones elementales que ocurren en breves escalas de tiempo, cuando lo que la sociedad reclama es un abordaje de las situaciones humanas complejas en procesos de larga duración.
Otro factor que complejiza el futuro profesional es el desmesurado incremento de la matrícula estudiantil en las universidades, fenómeno que, de mantenerse constante un mundo poblado por más psicólogos que habitantes en más de dos siglos. Sin embargo, esta expectativa extravagante -cuya implicancias filosóficas no pueden estudiarse aquí- carece de re… si se considera que la psicología no sobrevivirá –como disciplina unitaria- doscientos años, sino que, seguramente, habrá de transformarse en una miríada de saberes y quehaceres dispersos, olvidados incluso de su remoto suelo común.
Por último, resulta pertinente una mención a la formación de psicólogos en la América Ibérica, y a sus principales problemáticas. Como profesión, la psicología nació a fines del siglo XIX en Estados Unidos, y bastante tardíamente irradió a Europa e Iberoamérica. Aun hoy, hay mas psicólogos en aquel países que en todos los demás juntos. Las carreras europeas fueron motorizadas por factores económicos y tecnocientíficos estadounidenses; promediando los 40 la psicología era en Francia, Alemania, Italia o Rusia no más que una especialización de posgrado para filósofos. En Francia se reconoce la licenciatura en 1944, y en la ex Unión Soviética recién se organizan los estudios de pregrado en 1966. Hispanoamérica no es ajena a este influjo, y los primeros departamentos y escuelas emergen más o menos en esos tiempos, siendo los países lideres México (1937), Guatemala (1946), Chile (1948), Colombia (1948) y Cuba (1950). En Argentina se crea la profesión en 1956, al igual que en Venezuela y a tres años de distancia de Brasil (1953). Más recientemente se organizan los estudios de grado en Uruguay (1962), Nicaragua (1970), Bolivia (1971) y Paraguay (1972).
Existe acuerdo en que la psicología iberoamericana transitó tres ciclos definidos, si bien con modalidades regionales. En primer término el psicólogo fue definido como un psicómetra, esto es, un auxiliar de la pedagogía, la medicina y la ergología que trasladaba a estos ámbitos conocimientos presuntamente nacidos en la experimentación de laboratorio. A partir de la Segunda Guerra el psicólogo se transforma en un asistente abocado a la practica de la orientación y la terapia, quehacer éste siempre reclamado por el médico y que promueve querellas jurídicas (debe destacarse que en Estados Unidos la practica de la psicoterapia por psicólogos se legisló lentamente y estado por estado, desde Connecticut (1945) hasta Missouri (1977). El tercer ciclo de la psicología profesional iberoamericana se distinguió por el énfasis en los aspectos preventivos y comunitarios, por la investigación sobre los efectos de ese tipo de intervención, y por la consolidación en los planos legal y deontológico, tendencias que aun perduran.
Algunos de los inconvenientes mas señalables de la capacitación de psicólogos en Iberoamérica los constituyen los avatares políticos –ha sólido atribuirse a ellos actividades desestabilizadoras o, al menos, contestatarias-, la escasez de presupuestos para la investigación básica, la carencia de bancos de datos y bibliografías actualizadas y la imprecisión en la demarcación del rol profesional. En Argentina, por ejemplo, la psicología es ensenada desde la perspectiva monoteórica del psicoanálisis, lo que genera un tipo de egresado que no se percibe a sí mismo como parte de la comunidad internacional de psicólogos –en la cual el espacio ocupado por el paradigma psicoanalítico no es importante. Al mismo tiempo, este tipo de formación produce la hipertrofia del área clínica en detrimento de otras, socialmente más demandadas y poseedoras de mayor tradición investigativa.
El fenómeno contemporáneo de “achicamiento del mundo”, hijo de la expansión extraordinaria de los medios de comunicación, está produciendo, no obstante, un rápido acercamiento del psicólogo hispanohablante a sus colegas del extranjero, y ello a través de los numerosos congresos internacionales, publicaciones multilingües, enseñanza telematizada, modalidades no presenciales de actualización y posgrados transprofesionales. Pero estas tendencias de base tecnológica que operan en dirección a la unidad constituyen, a la vez y a plazos medianos, el mismo tipo de agente cultural que transformará –a escala mundial- a la disciplina en un haz de ciencias biológicas y microsociales con fuero propio, las que habrán olvidado, acaso, las pugnas por la autoafirmación en las que se debate la por ahora ciencia madre.

ALBERTO VILANOVA
UNIVERSIDAD NACIONAL
DE MAR DEL PLATA,
JULIO 8 DE 1992

1 comentarios:

Una pregunta.. Que dice Vilanova sobre cada problema? En el parcial tengo que describir un problema y explicar que dice Vilanova acerca de el prob .

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